La caída de Belalcázar: Más que un acto de irrespeto, una reivindiación

 

 El alma indígena que voló en mil pedazos con la espada y la religión española, se está reconstruyendo.

Indígenas de la etnia Misak de departamento del Cauca.

La polémica que se armó en Colombia a mediados de septiembre por derrumbamiento de la estatua del conquistador Sebastián de Belalcázar y que logró incluso trascendencia internacional, generó toda una serie de conjeturas sobre estos hechos que se vienen repitiendo a escala mundial.

En Colombia por lo menos el 95 por ciento de sus habitantes desconocían quien era el tal Belalcázar (tal como desconocen de manera vergonzosa nuestra historia), y si para algo sirvió esta polémica, fue conocer quien fundó una ciudad tan representativa del dominio español en este territorio, como Popayán.

La polémica vino de cuenta de los Indígenas de la comunidad Misak que tumbaron la estatua del conquistador español Sebastián de Belalcázar en Popayán, capital del convulso departamento colombiano del Cauca (suroeste), como forma de «reivindicar la memoria de ancestros asesinados y esclavizados por las élites».

Los indígenas motivaron su actuación en el irrespeto y profanación de lo que fuera su lugar de oración antes de la llegada del conquistador español: la cima de un cerro de la ciudad llamado ‘El Morro de Tulcán’.

En 1930 se planteó hacer dos estatuas: una en homenaje a Belalcázar, que iba a ser ubicada en una plaza de la ciudad; y otra del Cacique Puben, que iba a coronar el morro. Sin embargo, esa promesa fue incumplida y la de Belalcázar fue instalada en lo alto de la pirámide.

Mientras los indígenas procuraban rescatar su honor y memoria aplastada por la bota y la espada española, el alcalde de Popayán, Juan Carlos López, buscaba todo lo contrario: retomar el sitio conquistado hace cinco siglos y plantar de nuevo la estatua del conquistador Belalcázar.

Lo que demuestra la miopía de la clase gobernante colombiana y en general de todo el continente americano.

Cuando un imperio llega, impone de forma salvaje y despiadada su cultura y costumbres, es decir, daña el alma de los habitantes de un territorio, es desviar un río de su cauce, que tarde o temprano reclamará lo suyo. Esto es lo que está pasando en Colombia, y en América.

“América para los Americanos”, decía otro invasor del norte, el expresidente de Estados Unidos James Monroe y su famosa doctrina que avalaba la propiedad de todo el continente para los estadounidenses.

Pero el río está volviendo a su cauce y las almas destrozadas de los indígenas se viene reparando como gigantesco rompecabezas y una de esas piezas era la estatua de Belalcazár.

Belalcázar cae de su pedestal.