El último bolero

A Jorge Buitrago (“) … todo comienzo tiene su final… (“)
Por: Elisa Ana Machado Santacoloma

 

Elisana Machado

El caballero de la noche, el compañero de la luna, el amante amigo de los ocultos amantes, el gentleman amistoso que por noches fue el único auditorio de músicos del amanecer, el rey de la barra, «Jorge Buen trago», el cata-vinos, el sensible oído y testigo de secretos femeninos y confidencias varoniles, ya no ocupará más la barra circular y vibrante de su Bolero Bar. Su “noche de ronda”, se va a dar “la media vuelta”.

Con su misma cadencia repetida y armónica, con su ritmo lento y pausado, tal vez copiado después de escuchar tanto bolero, cierra su función estelar de cuarenta años de acordes de ese rinconcito que fuera para los bohemios nocturnales de Medellín el único espacio para el goce de la libertad cálida y fragante de quienes aún podían y querían amar.

Con la nostálgica complicidad de sus acetatos se va con sus discos a otra parte, pero mientras tanto no niega a nadie su emoción por la promesa cumplida de hacer de Bolero Bar el espacio con la melodia genuina para enamorar. Y sí que lo fue, pues para muchas parejas allí comenzó su historia de amor.

Para algunas novias fue ese el espacio de un cielo recién despertado con besos robados al son de un bolero. Las otras asistentes asiduas de otros tiempos, dejaron en el recuerdo sus soledades compartidas con el eterno oyente que supo escuchar serena y discretamente sus quejas de amores: ellas que poblaron la barra como una hilera de pequeñas y hermosas golondrinas de primavera, emprendieron más livianas su viaje a otros firmamentos en donde no hay obstáculos que limiten su vuelo, quizás ahora en otros vientos reposará otro color en su ropaje.

Y… ¿cuántos ruiseñores, habitantes pasajeros que con su fuerte canto alegraron la noche hasta el amanecer, reposaran en otras ramas sus trinos y barboteos? Muchos cantantes recordarán entonces que ese espacio chiquito y cálido fue su nido en donde nacieron sus primeros silbidos y entrenaron melodías y proyectaron sus voces hasta otros confines. Otros, entintaron servilletas en la mesa y en la barra componiendo versos y canciones para lucirle a las damas de la noche.
Quedará la guitarra colgada como señorita abandonada esperando quien afine sus cuerdas.

Queda para la historia de Bolero Bar el haber sido la sala de tertulias de intelectuales y escritores que debatieron ideas y opiniones sin pretensiones de academia y en un fluir de la palabra exquisita, remojada con vino, recrearon la noche hasta el amanecer. Se recordará por siempre, entre otros, a Manuel Mejía Vallejo, Orlando Mora, Moreno Durán, Óscar Collazos, Darío Ruiz, José Libardo Porras, Juan José Hoyos, Óscar Jaramillo, Olga Elena Mattei, Fernando Cruz Kronfly, Elkin Obregón, Jaime Jaramillo Panesso, Juan Luis Mejía, Eduardo Peláez, Reinaldo Spitaleta, Ricardo Aricapa, Ofelia Peláez, Rubén López, Alberto Morales, Memo Ángel…
Un testigo de siempre, “el mirón de los binóculos”, quedará pegado a la pared como una especie de homenaje en mural, insignia de la naciente bohemia creativa que supo con su pincel inspirador plasmar hace 30 años el artista Jorge Botero Luján.

En el extremo izquierdo, rinconcito cómplice preferido por las parejas nocturnas, dos huéspedes sellan en un beso la noche eterna, como si extendieran la complicidad que por siempre tuvo este sitio como el lugar preciso para una cita clandestina con el amor.

Los bolsillos de Jorge Buitrago Montes están repletos de la fortuna de los recuerdos de sus amigos, aquellos melómanos y melómanas fervientes del bolero y la amistad.Queda un tufillo amargo después del cierre de las puertas de un singular espacio que en Medellín rindiera tributo a la noche. La nostalgia vierte su despedida de oficio al “ultimo bohemio de Medellín”, como bien lo apodara algún contertulio de Bolero Bar.

Para Jorge Buitrago mañana será otro su amanecer cuando lo sorprenderá el sol escondido entre las gigantes y milenarias araucarias centinelas de su natal Santa Rosa de Cabal. Al empezar tu noche la bienvenida la tiene María Martha Serra Lima con la más evocadora de las composiciones de Paul Anka para el inmortal Frank Sinatra:

(“)… ese fui yo
que arremetí, hasta el azar
quise perseguir…
Si me oculté
si me arriesgué
lo que perdí
no lo lloré …
porque viví, a mi manera…(”)